HOY el tiempo se consume despacio,
insistentemente despacio,
perceptible en este vago indicio de viento
de apenas tacto.
Paseo en calles que van cercándome.
La tarde tiene aspiración y deseo.
Y yo, mientras, ensombreciéndome,
terriblemente apoyado en el desánimo,
presintiendo ya el último invierno,
difumino el afilado abrazo de la muerte
para echarme desarmado en sus brazos
y que la herida se enquiste.
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RECUERDO a Elías
enfermo de los bronquios
de tanto llenarse
los bolsillos de nieve.
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RECUERDO a Lidia,
que siempre que jugábamos
a los enamorados
besaba de verdad.
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VOLABA la muerte
.................................a veces
sobre días oscuros.
Las campanas sonaban diferentes.
Formaban los pájaros
extrañas sombras
heladas en el cielo.
Y hacía más frío
que de costumbre.
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LOS años treparon
el humo acre del tiempo.
La luz combada de tantas promesas
sigue fluyendo fría a las cinco de la tarde,
acompasando
el sonido áspero de la vida.
A esa hora exacta, todavía,
en nuestras bocas, fermenta
amarga la tristeza,
donde la esperanza se ahoga
en el fondo de un pozo séptico.
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AQUÍ, en silencio, escucho
sólidos golpes
de oscuras piedras.
Aquí
escupo angustia
y tengo reuma
debajo de los ojos.
Aquí lame mi lengua
un amasijo de días
insoportables.
Aquí chupo un tiempo adiposo
y hay hambre de negras sobras.
Aquí derramo tardes corrosivas.
Aquí nadie abre
la puerta de la vida.
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ABRO de nuevo
el libro escueto
de tapas grises,
que dice
que todos llevamos
una prótesis dental
que oxida las palabras.
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HOY tiene el cielo
el vuelo preso
de una ave herida.
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ME dirijo
hacia un lugar sin dirección.
Parecido
a la extenuante y rota
........................brújula
de tus explicaciones.
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ME asusta
la vida
porque piso kilómetros
y milímetros de ella.
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Abellán, Juan Pedro. Casa de invierno. Lima; Plectro editores, 2020.
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