miércoles, 8 de enero de 2025

TRES TEXTOS DE 'EL COLOR DEL TIEMPO NO ES AZUL', DE JUAN PEDRO ABELLÁN

 


EL TEMOR A CAER

Cerró los ojos y dijo adiós, serena y lentamente, igual que se consume una vela o se va perdiendo la fe. Derramó el cáliz de sus manos hacia el fondo de la vida, a un territorio manso, desapegado de manos y huellas. Es un 26 de julio de 1971 y Diane Arbus, que tiene el entonado aire de Nicole Kidman, aunque el cine no le hiciese justicia, se acaba de suicidar en su pequeño apartamento de Nueva York, y quién sabe si de hacer su última gran foto. Un silencioso vértigo hundió su sombra en la bañera y ahogó el deliro profundo de sus párpados.
xxxNadie ancló los ojos tan de cerca, o trabajó la luz y la sombra en tan perfecto equilibrio. Luces y sombras: ser y parecer, voz y silencio, el blanco y el negro de una vida y una obra. Nunca prometió un jardín de rosas, sino la realidad que conecta con la expresión más profunda y conmovedora del alma.
xxxPionera del flash de relleno encuentra la forma en la luz que declina el día, casi siempre invernal, para mostrarnos y hacernos sentir un desasosegante taladro que nos perfora. Creo realmente que hay cosas que nadie puede ver si yo no las fotografío, dice. Y baja, no sin riesgo, a los infiernos. Allí encuentra la belleza formal y la visión cruda de la vida, el horror áspero de la ternura, el chispazo de un acorde roto. Sus personajes parecen sacados del circo, o de un cuento de hadas. Esos "Freaks" que ya en 1932 Tod Browning nos había mostrado en el cine, pero que no habían sido mirados. Seres deformes, enmascarados, prostitutas, locos, tatuados, nudistas, a los que define como "aristocráticos" porque para ella ya han pasado su prueba en la vida. No quiere hallar descanso, y una lágrima se desliza tras el objetivo. Quiero fotografiar lo que es maligno, encender el grito oscuro de los ignorados abismos. Y tacha de un plumazo, o de un disparo de flash, el sueño americano, mostrando solo ruinas sin mito alguno. No hay límite entre el cuchillo firme y directo que propone y el ojo que muerde, que parece rasgar con falsa eternidad el iris marchito de la noche. Sus fotos arañan con inundadas uñas, haciendo una pregunta incómoda, llegando incluso a cortar por ese imantado lirismo doliente, un secreto sobre secreto de metódica belleza que ahonda y perturba hasta lo más profundo.
.
.
.
.
.
.
.
.
LA LOBA

Ahora me eximes de toda culpa, cuando ya no hay remedio, ni se puede retroceder, porque es mentira, o cuento, eso de que alguien inventó la máquina del tiempo. Un inmenso muro tapia tus credos. Pero entonces manejabas como nadie la espada y tus palabras, como flechas, lograban dar siempre en el blanco. Adoptabas formas perversas para apropiarte del corazón de cuantos hombres te salían al paso. El mío no te dio muchos problemas. Los dos éramos estudiantes de psicología y sabíamos del coraje y la cobardía de ambos. Me leías el pensamiento y eras inmisericorde con un simple olvido. En cambio indulgente con el viento de poniente, que te hacía presa de sus locuras, como arruinar la verdad desnudando la mentira. Un brillo, como de sueño, iluminaba tus ojos, y olvidabas el presente para adentrarte en terrenos pantanosos, o arenas movedizas, que minaban mis fuerzas de seguir a tu lado. Porque parecías venida de otros mundos. A lomos de un dragón destruías el hilo conductor que nos unía, edificando la amargura y la pena más absoluta, sin articular palabra alguna. Después, como si de un trastorno bipolar, construías la dicha, abriéndote de labios, agrietando la pasión de un fuego moribundo. Eras el puñal del adversario, la daga y el látigo del deseo, o las espinas de la conciencia, porque te las sabías todas. Extendías tus alas de ángel desterrado, para volar cada vez más alto, reduciéndome a la escala del nanómetro.
xxxMás tarde, ignoraste la historia de Ícaro, cayendo tu alado brillo por el oro de la pendiente. Y ahora de ti sólo quedan los vestigios de pasadas glorias. Desfilas errante, como una vaga sombra, entre fieros enemigos que te vencen y humillan, porque para ellos no eres más que una perra, o loba, herida. Y lames sus manos, mendigas su comida y perdonas sus insultos. Y aúllas a la luna, que incluso te da de lado, mostrando su otra cara, como un amor que desdeña tus encantos en la alcoba, porque se da la vuelta y duerme.
.
.
.
.
.
.
.
.
LA CAJA DE MÚSICA

Se miró en el espejo. Sus ojos destilaban pequeños sorbos negros. Abrió la caja de música. Las notas tendieron en su corazón un otoño arrullador, un soplo dulce de tibia melancolía. Luego sacó la pistola que guardaba dentro, acercándola a su sien derecha, y cerrando los ojos apretó el gatillo, porque sus párpados no soportaban más el peso enorme de la noche.
.
.
.
.
.

Abellán, Juan Pedro. El color del tiempo no es azul. Lima; Editorial rata esquizofrénica, 2020.
.

No hay comentarios:

Publicar un comentario